El novelista (Juan José Morosoli)
Faustinito centraba la atención de todos, que anhelantes escuchaban el relato. —Cuando la víbora estuvo cerca de la ubre de la vaca, salí de atrás y la agarré de la nuca. Se la llevé a mi padre y pregunté: —Estas no son venenosas, ¿verdad? —No son —me dijo. —Fue entonces que la tiré. Hizo una pausa, dejó respirar al auditorio y terminó: —A mí me enseñaron los carboneros a distinguir las venenosas de las otras... En la sierra, donde trabajan meses y meses sin ver gente, hay muchas cosas que ustedes no verán nunca... ¡Los del pueblo no saben nada! Faustinito, el paisanito que aún no sabía escribir su nombre, se cobraba en aquellos relatos de su ignorancia del abecedario. Había descubierto que las narraciones de víboras y cuatreros, ejercían una rara atracción sobre los oyentes. Contaba aquel día una nueva historia: —Eran los últimos tigres que quedaban en la República Oriental. Hacían muchos estragos y mi padre y yo sal...